Uno.
Miro sus pies, vestidos con unos zapatos de tacón negros. Casi puedo ver el arco curvándose en su interior.
Dos.
Dos piernas. Largas. Hermosas. Infinitas. Tobillos, rodillas, muslos que se pierden bajo un vestido de seda rojo.
Tres.
Una cintura hecha para ser ceñida. Miro mis manos y siento su carne erizándose en mis palmas. Perfectas.
Cuatro.
Perfectas también para acariciar la suave piel que asoma por el escote. Y para perderse en sus profundidades y recorrer cada curva y conquistar cimas y perder la razón.
Cinco.
Sus manos. Sus largos dedos con las uñas recortadas. La cicatriz de un corte en el índice derecho. Las líneas que en sus palmas dibujan su destino. Mi destino.
Seis.
Tiene un lunar en el cuello. Justo en el centro. Acaricio ese punto en el mío. Justo sobre la nuez. Trago con fuerza al mismo tiempo que traga ella.
Siete.
El pelo se le riza a la altura de los hombros. Las puntas se rebelan y buscan la libertad, proyectándose en todas direcciones.
Ocho.
Apenas puedo ver sus orejas, ocultas bajo el brillante cabello castaño. Pero sé que están ahí. Delicadas. Suaves. Eróticas.
Nueve.
Si todas las mujeres del mundo tuvieran esa nariz… Pero solo es suya. Altiva, arrogante, propia de una diosa. Mi diosa.
Diez.
Azul. Como el mar reflejando el cielo más puro del verano. Azul. Profundo. Así es el color de su ojo derecho.
Once.
Verde. Como el mar preparándose para una tormenta. Verde. Intenso. Así es el color de su ojo izquierdo.
Doce.
Labios, dientes, lengua. Boca. Me pierdo en ese lugar durante un segundo eterno. Sonríe. Sonríe. Sonrío. Y el anhelo me estalla en el pecho.
‹‹¡Feliz año nuevo!››
‹‹¡Feliz 1979!››
Eso es lo que gritan las voces a mi alrededor. Pero yo solo oigo el sonido del deseo apoderándose de mi cuerpo. El aleteo de la pasión recorriéndome entero. La esperanza que se despierta de su letargo y se estira y bosteza y se prepara para el futuro.
Feliz 1979.
Me acerco a ella. Las palabras surgen de mi boca. Mi nombre. Su nombre. Y, cuando sus labios rozan mi mejilla y su aroma invade mi cuerpo y sus pechos acarician mi pecho, lo sé.
Doce segundos bastan para enamorarse.
© Laura Esparza